miércoles, 26 de agosto de 2015

Encrucijada



-                      Si te sigo viendo me separo –le dijo Hugo, tajante- mientras se terminaba de vestir.
Desde el otro lado de la cama —Yo no tengo nada que ver con eso. - habría querido responderle. No estaba sorprendida, sabía que tarde o temprano lo diría.

-                      ¿Y porque te separarías? – agregó queriendo parecer desentendida del tema.

Él no contestó. Se sentó en una de las banquetas altas de madera oscura que estaba al lado del bar mientras ellos lo miraba,  haciendo puchero con la boca, como los niños que están a punto de llorar.

-                      Si te separas –continuó ella- tendría que ser por lo que vos sientas o hayas dejado de sentir. Los terceros no contamos.

Se acercó a él y lo acarició.

-                      Dale, contáme que te pasa. - Dijo con la misma dulzura de siempre; Cada vez que ella usaba ese tono Hugo se sentía vulnerable.
Había tantas cosas que quería decirle, pero no encontraba las palabras. Su tristeza era infinita.

-                      Me gusta estar con vos. – agregó sumido en la tristeza

-                      Coincidimos en algo, nos gusta estar juntos, -dijo caminando hacia él- el sexo es genial. A mí me encanta, espero que vos también. Pero …-movió la cabeza de un lado a otro, como una balanza indesiza, calculando el peso de las palabras que seguían -fuera de eso, no siento que podemos estar juntos, y estoy segura que a vos te pasaría lo mismo al cabo de una semana.

-                       ¿Acaso no hablamos todo el día? Cuando no estamos juntos yo te extraño – dijo Hugo

La conversación se dirigía en una dirección que ella no quería tomar, era difícil. Sabía que alguna vez sucedería, y no quería hacerlo.

-                      ¿No es suficiente? creí que eso quedó claro cuando nos conocimos. ¿Te acordás? esto que pasa entre nosotros es para sentirnos bien, si no nos sentimos bien, no sirve. - su voz era cada vez más suave - ¿Porque te querés separar? Yo no te pido eso.
-                      Es que ella tiene un carácter muy fuerte.
-                       Yo también, pero no por eso mi pareja quiere dejarme. - al contrario, esa era una de las cosas que le gustaba de ella a su pareja, el carácter, el ser como era, su indomabilidad, su libertad, era lo que le atraía, pero no pudo decírselo para no hacerlo sentir peor. - ¿Discutieron otra vez?
-                      Si, le pareció que yo guardaba preservativos en el bolso y se armó lío, rompió el celular contra la pared y … bueno, lo de siempre, dormí en el auto.
-                      ¿Y los guardabas?
-                      No! – y sonrió triste – sos la única con la que estoy, mi única amiga, con vos hablo … si, también hablo. No puedo despegar, sos lo único que me queda. – esta frese salió clavándose directo en el corazón de su destinataria.

-                      No digas eso, estás triste y tus palabras también, no digas que soy lo único que te queda, no es cierto, si lo fuera, estarías en problemas. – dijo con una sonrisa hermanada con la tristeza de Hugo.


-                      Si… no!... no sé – hubo un silencio triste, resignado y otra vez hizo puchero como un niño.

-                      Vos … ¿que querés? – lo miraba y sin moverse sentía que todas las células de su cuerpo querían abrazarlo, protegerlo, lo vio tan frágil, tan cansado, tan roto, que tuvo que disimular una lágrima.

-                      ¿Separarme?

-                      ¿Por mí? – abriendo aun más esos enormes ojos grises.

-                      No – pero sus ojos, sus manos, su corazón gritaban que si.

-                      Bueno. - dijo sin convencerse. Quería sentir alivio, sin saber porque, pero no lo lograba, ella no quería cargar con esa culpa, aunque sabía que en parte era responsable y se había confiado cuando él muy seguro de si mismo le había asegurado “los sentimientos los vas manejando”-  ciertamente no quiero ser un motivo para que te separes, esto se esta yendo de las manos, la idea es disfrutar y no salir lastimados, te estoy haciendo mal, capaz es mejor que por un tiempo no nos veamos así se te pueden aclarar los sentimientos.  

-                      Tengo claro que me gusta estar con vos – agregó levantando los ojos brillosos.

“yo también quisiera estar con vos el resto de mi vida, pero el juego que jugamos no contempla esta posibilidad, una vez me dijiste eso” pensó, pero no tuvo el valor de decirlo. Las palabras se le atrincheraron en la garganta y una caricia se le escapó de las manos queriendo calmar el daño que ya estaba hecho.

-                      A mi también me gusta, mucho, pero no tengo nada más que darte que unas pocas horas de sexo y mucha charla. O charla y mucho sexo, como quieras… – bromeo con un guiño pícaro y una sonrisa forzada.

-                      ¿Que más puedo pedir? – sonrió - ¿Me extrañarías? - Y la pregunta quedo haciendo piruetas en el aire.

Hacía casi un año que salían y todos los martes y viernes por la mañana se veían, infaltables, deseosos, vivaces, felices, y todos los días menos los fines de semana, el la llamaba para despertarla,  charlar mientras llegaba al trabajo se había convertido en una necesidad.

Por la tarde, el la llamaba y charlaban hasta llegar a su casa, a veces el no aguantaba y le mandaba mails que ella esperaba y respondía como si hiciera mucho tiempo que no se hablaban.

-                      Claro, ya te tomé cariño – dijo mientras se terminaba de acomodar la pollera que usaba para trabajar – ¿Querés mate?

-                      Dale, no desayuné – dijo aceptando un beso suave que rozo sus labios pero que le llegó al corazón.

No dejaba de mirarla, no podía entender como  se había metido tanto en esa relación que no lo llevaba a nada, pero que tan bien lo hacía sentir, con ella podía hablar de cualquier cosa, y se sentía libre, estaba con ella porque quería estar, se despertaba pensando en ella y era a la primera persona a la que quería ver.

Ninguno de los dos se levantaba tan temprano antes de conocerse, pero desde que salían, madrugar era una delicia que se combinaba con besos, sexo y charla. Recién eran las 7 de la mañana y el día recién empezaba; ambos seguirían sus rutinas diarias, ambos seguirían con sus vidas. 

Después del desayuno, una charla amena y unos cuantos besos, se despidieron con un “en un rato hablamos”, sabiendo que no se volverían a ver otra vez.

viernes, 21 de agosto de 2015

La partida



El viento arremetía furioso las costas de la ciudad de Punta Arenas. Aullando plegarias, impartiendo maldiciones, empujándonos sacudiéndonos dentro de la camioneta color champagne apodada “Pepa”, que estaba destinada a llevarme al aeropuerto.

En un día claro, se la podía ver descansar majestuosa y naranja la Isla de Tierra del Fuego, del otro lado del estrecho. Pero ese día, se había perdido de vista y las nubes parecían los siete jinetes del Apocalipsis cabalgando desenfrenados hacia la diminuta ciudad ubicada frente a los confines del mundo.

Mis días en aquel lugar habían transcurrido tranquilos, entre sol y nieve, montañas, playas y paseos a la zona franca y los “mall”, entre risas y juegos,  noches de amigos y abrazos sinceros, entre charla y bachata, pisco y tequila.

Pero, la nieve dejó de caer, el Mohai ya solo era un adorno en algún estante de la amplia sala de estar. Ya era el momento de partir.

-          Tú te vas y llora Magallanes Ry – dijo Mirko, serio y tomando el volante con firmeza para no perder la huella.

Manejar era algo que hacía muy bien, como corresponde a un viejo y curtido camionero, como había sido en su juventud. Mirko estaba llegando a los cincuenta, muy alto y moreno, enorme como un oso pardo. Como decía mi abuela: “lo que tiene de enorme lo tiene de bueno” y daba los abrazos más cálidos y fraternales que nunca recibí. Si, un buen tipo, con defectos y virtudes, como cualquiera, pero un buen tipo que hablaba un chileno argentinizado, por suerte para mí.

Por suerte, porque a pesar de hablar español, tanto Argentinos como Chilenos allá en el sur, hablamos un español a la manera de cada uno y es por eso que cuando se llega a Magallanes, uno al principio no entiende nada. Así me pasó el día que llegue, yo buscaba un locutorio para hablar por teléfono, nadie entendía lo que yo decía y yo no les entendía a ellos. Ellos, con sus ojos como avellanas, me miraban, me estudiaban. Lógicamente, mientras ellos vestían camperas y abrigos, yo traía conmigo el verano Argentino con todo y calor de la Ruta 3 en todo su esplendor. Llevaba puesto un solero corto de tela liviana estampada con florcitas diminutas, ojotas, anteojos de sol, y mi pañuelo de la suerte en la cabeza que me protegía del sol que quedó del otro lado de la frontera. Definitivamente muy veraniega, muy pálida y muy fuera de lugar. Lo que hacía evidente el frío que erizaba mi piel.

Habíamos partido hacía tres días de buenos aires y si bien teníamos celular y notebook como parte del equipaje, pusimos fecha de llegada ese 4 de enero calculando que llegaríamos cerca del mediodía. Como los tiempos que se manejan en las rutas no son los mismos a los que estamos acostumbrados en la cotidianeidad. Arribamos a la ciudad pasadas las cinco de la tarde y el roaming no funcionaba, por lo cual, para avisar que llegamos, debíamos encontrar un teléfono.

- ¡¿Tan difícil es encontrar un teléfono en esta ciudad?! - llegue a gritarle al cielo en aquella oportunidad.

El cielo, ese mismo cielo que me abrazó gris cuando llegué, me mostraba sus lágrimas el día de mi partida.

El viento siguió golpeando el vehículo, de una manera que rayaba la locura, cuando menos para mí, que no era “habitué” de los inviernos en el fin del mundo.

Pero lo que me preocupaba era el hielo, lo que había quedado en la ruta -luego de que le echaran sal - por las nevadas copiosas de días anteriores. Ese barro sucio y los rastros de escarcha volvieron el camino traicionero. Yo sabía que el hielo era una moneda de dos caras, la cara blanca y cautivadora y la otra, la traicionera. Me lo contaba mi tío, que era Gendarme y vivió en el sur muchos años. Él solía decir:

- Siempre hay que estar atento, porque una vez que te atrapa hay que bailar su danza y esperar lo mejor.

Llora Magallanes Ry. Las palabras de Mirko, seguían repitiéndose en mi mente, como se repetían los árboles que veía pasar por la ventanilla a la vera de la ruta que me estaba dando una última mirada por la costanera de aguas embravecidas.

El estrecho agitaba los barcos que estaban allí anclados. Pesqueros pequeños algunos rojos otros amarillos, los negros barcos de guerra, los blancos catamaranes, brillantes cruceros, todos me parecieron imponentes un día atrás mientras desfilaban tranquilos donde hoy se debatían con contra viento y marea, en ese momento los noté tan pequeños, tan insignificantemente  frágiles a merced del viento sur, que sentí pena por ellos.

Llora Magallanes. Llora Magallanes, repetía el aire cálido que nos protegía en el interior de la “Pepa”.  Pero, ¿porque? si le bese la pata al indio. Y eso es garantía suficiente para saber que voy a volver.

Así lo dice la leyenda. Así me lo contó Cony, que con 9 años de edad, ojos grises y mucha actitud, me llevó a tirones, hasta la plaza de la cuidad.

       ¡Tía, si le besa la pata al indio volverá a Punta Arenas! ¡De verdad! ¡Le tiene que besar la pata al indio!

Llegamos corriendo por el empedrado que conduce a su centro, donde imponente esperaba un indio de bronce con fácilmente seis metros de altura. Su pie al descubierto, convenientemente descansa eterno a un metro sesenta del piso, apoyado sobre un pedestal de piedra volcánica.

Ese día pensé - ¿Habrán extraído las piedras del Puerto del Hambre? – Es que me había enamorado de esas playas que se extienden en las afueras de la ciudad, al sud-oeste, por la ruta que lleva a Fuerte Bulnes, bien al sur, siempre al sur.

Son playas que parecen haber sido talladas con instrumentos de precisión por los dioses, – aunque no me imagino un dios con una amoladora en la mano-,  hoy esas playas son besadas por el agua turquesa y pintadas de verdes brillantes y oscuros por el musgo y las algas que la pueblan.

Pero, no son más que el vómito de un volcán que se desparramara hace añares y que ahora inactivo descansa bajo una laguna escondida en las alturas de una montaña poblada de araucarias.

Puerto del Hambre, un bello lugar con un nombre triste y una historia triste. Un lugar casi casi en los confines del mundo que te hacen pensar en lo pequeño e insignificante del ser humano. Un lugar magnífico, mágico y solitario.

No hay que tener mucha imaginación para saber porque lo bautizaron así.  Cuesta creer con toda la fauna y vegetación que se alza a sus alrededores, sus descubridores hayan muerto de hambre literalmente. Pero, hace trescientos años atrás más o menos, los inviernos eran más duros. La historia indica que quedaron varados en esas playas sin provisiones y perecieron luego de algunos meses. ¿Habrá llorado Magallanes en aquella oportunidad?

Si, le besé la pata al indio. Ese día, el sol se escabullía entre las hojas del ejército de árboles que lo custodiaban y yo, le besé la pata al indio. Con mi estatura, no tuve que estirarme, ni agacharme, era la altura apropiada, para que pueda darle un beso en el pie de bronce pulido de aquel indio que se estiraba hacia el cielo.

Lógicamente, para regresar hay que partir. Y a eso me disponía a pesar del clima, aunque de buena gana me quedaría. Si, Punta Arenas, es un buen lugar para vivir.

Pintoresco, con sus casitas de madera con techo a dos aguas, de estridentes colores amarillos, verdes, naranjas, azules y lo que más me gusto, sin rejas en las ventanas. Una cuidad que se extendía sobre los cerros que otrora solo albergara nieve y coníferas; en donde sus calles subían y bajaban constantemente, entre puentes que cruzaban ríos y arroyos pedregosos, una ciudad plantada sobre una topografía caprichosa que enamoraba a quien la conocía.

Mientras mi mente vagaba, los árboles se habían vuelto finas líneas indefinidas que pasaban frente a mi ventanilla, cuando todo empezó a girar.

La camioneta perdió la huella y comenzó a dar tumbos. Mirko lucho con el volante. Para un lado, para el otro.  La “Pepa” daba  coletazos como un dorado recién sacado del agua que luchaba por su vida.

El hielo era una alfombra suave a la que las ruedas se entregaron sin chistar.

Perdimos el control –“Todo esta bien, yo le bese la pata al indio”- el viento susurró  “Llora Magallanes Ry…”; el Río de los Ciervos nos abrió sus brazos gélidos y el abrazo se cerró en un estallido de hielo, agua y sueño eterno.


jueves, 20 de agosto de 2015

Hipótesis de una desaparición



Terminó de leer el libro. Se pasó la noche despierta. Quizás es por eso que no sonríe y sus ojos parecen tristes detrás del maquillaje.
Ahora va a tener la difícil tarea de encontrar su sonrisa.
¿Qué le pasó? Quizás quedó atrapada en el libro que aun toca con sus manos. Hay libros que atrapan sonrisas, crean sueños, fabrican lágrimas y otros que generan sueño.  
La ausencia en su rostro, hace pensar, que los libros tienen vida y así como se puede llorar con uno, se puede reír, soñar, y hasta volar con otros.
¡Volar! De chiquita siempre quise volar y mi mamá me compró un tutú rosa y me mandó a danza clásica. Indudablemente, aprendí a volar al son de violas y violines e infinidad de sonrisas pero ningún libro. Esos llegaron después. Pero esto no se trata de mí, ni de vuelos remontados y aterrizajes forzosos.
Esto, se trata de la sonrisa innata pero ausente que dejó la habitación fría y descolorida. Esa que si brilla, ilumina hasta la noche sin luna.
La luna, manía de los poetas, la manipulan y la usan como a una puta. Pero no por puta es sospechosa en esta desaparición. Habrá que interrogarla, pero buscar más cerca, no siempre las desapariciones esconden un delito.
¿Qué le pasó a su sonrisa?  ¿Habrá quedado cautivada, en ese rincón en el que nos acomodamos a leer lo que “queremos” y no lo que “debemos”? Tal vez acompañó a su imaginación, se volvió ave y remontó vuelo por paisajes, rostros y lugares donde nunca estuvo y quiso conocer. Leer, es también una manera de viajar.
Quizás se enamoró de una palabra pronunciada. Pero ¿A dónde van las palabras dichas? Ya pronunciadas deben ir a algún lugar, el mundo no aguantaría su peso. Existe “el almacén para las palabras terribles” ¿Y el resto? ¿Corretean por doquier y su sonrisa escapó con alguna?
¿Qué le pasó a su sonrisa?  ¿La olvidó en el bazar, al comprar una lata con el rostro de Marilyn?. El gran mito erótico de los cincuenta, tapa de Playboy y quien cantó “Los caballeros las prefieren rubias”.
¿En verdad las prefieren rubias? Yo crecí con el mito “las rubias son huecas”, “las coloradas son putas”, “las inteligentes son feas”.
         “Happy birthday, Mr. President…” entonó ardiente y glamorosa, con una sensualidad tal que hizo hervir la sangre de los hombres del mundo y nos enseñó abiertamente a ronronear.
Aunque se pueden lograr grandes cosas con sonrisas. Las sonrisas seducen, y convencen más que las espadas. Pero nada se compara con la pluma. Pues hay mujeres que seducen de otra manera.
Con un libro en la mano, leyendo. Y ni hablar de las que escriben; y si escriben poesía… ¡Oh! Sí, esas son las peores. ¿Acaso, alguien no ha sido embrujado por la poesía de Alfonsina? ¿Quién no se enamorarían de María Ester Rinaldi si bebieran de sus versos? Poetizas ¡Que especie peligrosa!  
La radiante Marilyn, hizo poesía con su cuerpo y su sonrisa. Haber abrazado el don de las letras y el mundo habría sido distinto. Pero naufragó en una contradicción permanente, entre lo que aparentaba ser y lo que pensaba. Una buena razón para aceptar que somos los hijos de la  contradicción.  
¿Qué le pasó su sonrisa? Podría formular mil hipótesis sobre donde fue a parar. Quizás se escabullo por la puerta blanca y huyó del barrio que la vio crecer. 

Para Sol

El nene de Cutral Có

Cuando bajo del micro eran las 6 de la mañana de un día de julio. Después de veinte horas de viaje, estaba en el sur.

Ya había vestigios del nuevo día que quería despertar, pero ella tuvo la sensación que avanzaba en la más completa oscuridad. Era un pueblo gris y dormido el que la recibía.

No sentía el frío que se suponía haría para esa época. Pero las cosas que llevaba encima la hacían sentir un leve rubor en las mejillas, haciendo que la ropa la sofocara.

Mil trescientos kilómetros después de comenzar su viaje, por fin se preguntó “¿que estoy haciendo?”. Se sacudió el pensamiento de la cabeza, se puso la guitarra al hombro, levantó el bolso y se encaminó a buscar transporte local.  

Desde el taxi, vio como las calles grises de un pueblo desconocido la recibían calladas y polvorientas. El viento golpeaba el vehículo y el sol daba señales de querer aparecer pero no se animaba.

Al detenerse en la dirección que llevaba anotada en un papelito amarillo pequeño y arrugado, observó en la vereda deteriorada un niño de unos 8 años que al verla le sonrió.

-          Mi papá trabaja hoy. –Dijo mirándola de arriba abajo, estudiándola, calculándola.
-          ¿Estás solo? –  preguntó desconfiada, como todos los que llegan de Buenos Aires.
-          Vuelve a la noche mi papá.
-          Ok – dijo insegura “no me puedo quedar en una casa que no conozco con un hijo ajeno menor de edad”- ¿Desayunaste?
-          No – y le brillaron los ojitos como avellanas que se abrieron curiosos y expectantes.
-          Me gustaría que vayamos a algún lugar público a desayunar y hacer tiempo hasta que llegue tu padre. No es adecuado que ingrese a tu casa estando vos solo.

Le daba miedo quedarse con ese niño, no por el niño en sí, “no es más que un niño”, eso mismo era lo que la asustaba, los riesgos que eso conllevaba. “Con que criterio deja que su hijo me reciba sin conocerme?”  - Miró la casucha deteriorada, humilde en todo sentido y se sintió fuera de lugar. Pero ya estaba ahí y no era su costumbre retroceder.

– ¿Hay algún lugar para comer que este abierto a esta hora y quieras ir?  Interrogó al niño.
-                      Si! Vamos. – dijo el pequeño tomándola con su pequeña mano fría.


Llegó al sur como consecuencia del uso de la tecnología. Había comenzado una amistad por Internet hacía cerca de dos años, cuando ella aún estaba casada. Un día, saturada de todo, le contó a su amigo virtual que necesitaba vacaciones.

-          Date una vuelta por el sur, acá hay paz, relax te recibimos con los brazos abiertos – y muchos muñequitos se encendieron en la línea de escritura de su amigo – Descansar es lo que cualquier ser humano necesita.
-          No… No corresponde – dijo, queriendo decir “no me animo”
-          ¿Tu marido no te deja?
-          No es eso, no tengo marido.
-          ¿Y eso cuando pasó? ¿Porque no me contaste? ¿No somos amigos acaso?
-          Muchas preguntas todas juntas. – escribió esquivando las respuestas. No era de esas personas que corría a poner en internet lo que le pasaba en su vida.

La realidad era que se había separado hacía unos meses y cuando le preguntaban por su marido, respondía “no esta”. Quizás tenía miedo de que se enteren que estaba sola, quizás tenía miedo de enterarse que estaba sola.

A decir verdad ella sentía que no había diferencia, ya que su vida con marido o sin marido era la misma, hacía tiempo que se sentía sola y la decisión de separarse le costó más a él que a ella. Aun así, agradeció no tener hijos con ese hombre para no volver a verlo, pero lo lamentó al mismo tiempo porque siempre quiso tenerlos y nunca era el momento.

Se había casado joven, por elección y no por apuro como había creído su madre cuando le anunció su casamiento. Siempre se mantuvo trabajando y estudiando, al contrario de su marido que nunca duraba más de tres meses en un empleo y nunca trabajaba más de tres meses al año. Eso sí, su casa brillaba. En la última discusión que tuvieron antes de separarse, ella le reprochó “necesito un marido, no una mucama”.

Cuando él por fin armó el bolso y se fue, hasta el aire cambio en el enorme y antiguo caserón de Caballito donde vivía. No se llevó nada, más que efectos personales que entraron en una mochila que el guardaba celosamente desde el día que se conocieron. Siempre contó que había sido mochilero.  No le pidió absolutamente nada, solo “un préstamo” que consistió en dos mil pesos que ella gustosa le entregó para que de una buena vez se largara.

Hasta la casa era de ella ya que la había recibido como legado al fallecer “un tío” según su madre. Lo que nunca entendió es porque ese tío no le legó nada a sus hermanos, pero nunca se animó a indagar en el pasado. Pensaba que los muertos, muertos están y así han de quedarse, ¿para que incomodarlos en su descanso?

Quince años y nunca habían salido de viaje. Nunca se planteó la idea en serio, ya que como él no trabajaba, sobrevivían con el sueldo de ella y, si bien ella siempre “guardaba algo” para él nunca era suficiente por lo que se había acostumbrado a pasar las vacaciones en su casa “descansando”.

Le costó demasiado ir a una agencia de viajes y comprar un pasaje a un lugar a 1300 km de distancia. Le costó tanto que fue recién en su tercer intento que logró comprarlo. Las dos veces anteriores, llegaba a la puerta del local, se frenaba, miraba a través del vidrio y se marchaba.

Su primer día en el sur lo pasó caminado, en compañía de ese niño que la recibió al despuntar el alba. Conoció gran parte de Plaza Huincul y Cutral Có.

Dos pueblitos habitados por gente que trabajaba en las petroleras, dos pueblos plagados de Casinos y quinchos, Museos Paleontológicos y Reservas naturales para el avistaje de 500 especies de aves diferentes, ó por lo menos así lo anunciaba un gran cartel en la agencia de viajes.

Eran dos pueblitos separados o unidos - no se decidía-  por una ruta donde corría el viento y cada tanto un camión de cargas le despeinaba su cabellera negro azabache.

Las calles eran anchas y despobladas. Solo corrían por allí, como en las películas del viejo oeste que le gustaba ver de pequeña, los rodamundos, esas marañas de ramas secas entrelazadas hechas una rueda, allá las conocían como “matojos”.  Había poca gente, lugareños que la miraban sabiendo que no era de allí, con la expresión sin disimulo de ¿“Quien sos?”.

Pasearon por el boulevard, cuyo verde florido de otra estación ya había desaparecido por completo como consecuencia de la escarcha que caía por las noches. Solo quedaban los carteles pelados del algún evento pasado.

Anduvieron por la avenida “más concurrida” donde solo había dos negocios abiertos, una panadería y un ciber. Así que entraron en ambos, compraron facturas a “precio turista” y mientras miraban vidrieras sin luz se las comieron. Era época de Mundial de Futbol, por lo cual, entendió que no haya tanta gente por las calles.

Luego de almorzar unos panchos comprados en el ciber donde pasaron unas dos o tres horas, se dirigieron a la plaza y se sentaron. Con tranquilidad contemplo al niño jugar.  Lo contempló y deseó haber tenido un hijo.

Cuando comenzó a bajar el sol, la tomó de la mano, y emprendieron el regreso a la casa caminando despacio y en silencio.

La tarde se apresuró naranja detrás de las casas bajas del barrio y dio paso a la luna redonda, que se irguió blanca y la encontró sentada en el pilar de la casa que sería su abrigo aquella noche. Su amigo estaba por llegar y el frío ya se comenzaba a colar por sus jeans.  El niño se mecía a su lado, callado, esperando.

Las luces de una camioneta, espantaron las sombras que habían inundado el lugar. Era su amigo, que la saludo con un abrazo largo y cálido. Walter, alto, fornido, moreno, de pelo negro y largo, de rasgos suaves y mirada amistosa, la observaba y sonreía.

- ¡Por fin te conozco “Negri”! Entremos! ¿Qué hiciste todo el día?
- Conocer el pueblo, tuve un día agitado y un guía estupendo.

Entraron en la casita diminuta, donde la recibió una sala de tres por tres, a la derecha una cocina escondida con una mesita vieja y destartalada. Un pasillo al frente llevaba al baño y a dos habitaciones -más pequeñas que la sala-. “Humilde, pero acogedora” pensó.

Walter dejó sus bártulos en un costado y mientras preparaba café, le hablaba de lo largo de su día y le hacía mil preguntas de las que no esperaba la respuesta para formular la siguiente, ella recorría con la mirada el lugar, los muebles escasos y sencillos, los portarretratos con fotos familiares y polvo.

-          Sentáte, relájate, después te acomodamos. Contame ¿qué te pareció el pueblo?
-          Muy tranquilo, fuimos al museo, a la plaza, caminamos mucho.
-          ¿Con quién?– dijo extrañado mientras le servía café recién preparado.
-          Con tu hijo – dijo con naturalidad señalando la foto que estaba en el aparador– un santo, debe haber quedado cansado porque paso derecho a la habitación.

Walter se puso blanco, sin decir palabra, tomó la foto. La rozó con los dedos, la besó. Quiso decir algo, pero las palabras se le quebraron en la garganta. Las lágrimas le brotaron como agua de deshielo en primavera. Ella no entendía, ella no sabía, su mirada lo interrogaba atónita:

 - Maty… falleció el año pasado en un accidente mientras yo estaba trabajando.

La enfermera




-                ¿Qué postre tenés?
-                Tiramisú, Mouse de dulce de leche y frutas
-                Entonces no quiero nada – dijo de mala manera y alejándose del mostrador, rumbo a la mesa donde la esperaba su compañero.
Su compañero, Fernando, era doctor, ella su enfermera. Él era el nuevo. Joven, alto, apuesto y resultaba interesante. Ambos trabajaban para una planta junto a otras cuatrocientas personas y eran el staff de Servicio médico.
Verónica se sentó a su lado y el rostro disgustado que salió del mostrador, cambió radicalmente a una sonrisa que le iluminaba la cara que parecía picada de viruelas.
Charlaron distraídamente mientras almorzaron. Ella escuchaba con atención exagerada todo lo que él decía mientras se arreglaba el pelo corto y niveo, deseó haber ido a la peluquería y hacerse la tintura, las uñas, depilarse “ojalá no me pida salir hoy”.
Ella habría preferido hablar de cosas personales, pero la charla solo fue de trabajo. “Es nuevo, ya vamos a charlar de otras cosas primero nos tenemos que conocer” se dijo a sí misma convencida de que la relación laboral terminaría en una relación amorosa. Es que él era todo lo que ella había soñado y por fin lo tenía enfrente. Estaba conociendo a alguien con quien poder compartir su vida. Eso la emocionaba como a una adolescente que va a salir por primera vez con el chico que le gusta. Nunca se había casado y ya contaba con más de 40 abriles. Todo candidato a compañero era demasiado poco para ella y no duraban más de unos meses, pero este era distinto, esta era su oportunidad.
Mientras el Dr. Hablaba, la mente de la enfermera volaba sin cesar, pensando en donde vivirían, cuantos hijos tendrían “no más de dos” “trabajamos los dos y él debe tener un buen sueldo, me lo dicen sus zapatos, vamos a vivir bien, se terminaron las miserias”, “no veo la hora de conocer nuestro hogar” Es perfecto, justo lo que andaba buscando, “calculo que en seis meses estaremos casados” y se sonrió para adentro al pensar en la luna de miel en Cancum, el vestido de novia “blanco no, me gusta color champagne”, “la fiesta va a ser sencilla, aunque puede que él quiera algo extravagante de acuerdo con su posición social”
Entre charla y pensamientos pasó la hora de almuerzo. Cuando se levantaron para volver a su trabajo, una mujer joven y bonita se presentó:
-                ¡Hola! ¡Como te trata el trabajo nuevo? ¿Podemos hablar?  – dijo sonriente.
-                ¿Que necesitás? – Interrumpió brusca y de mala manera la enfermera, que se posicionó delante del Dr. como un centurión que cuida al Cesar. El Dr. atónito quizo decir algo pero no lo dejaron.
-                Discúlpame, tengo que hablar con él - y con un gesto de interrogación alzó la mirada para encontrar el rostro que la miraba desde aquel metro noventa y cinco que medía Fernando.
-                Ella… - quería interrumpir el Dr, pero sin lograrlo
-                 ¿Qué consulta?  - interrogó exasperada, la enfermera.
-                Eh.. – dudó la chica que ya comenzaba a molestarse y miraba al Dr con expresión confundida.
-                Mirá yo soy la enfermera. Y primero me tenés que consultar a mí! – dijo mientras la acuchilló con la mirada.

“¿Esta que se cree? ¿Qué me va a pasar por encima? ¿Y a Fernando que le pasa? Ya me va a escuchar, lo único que faltaba, viene una le mueve un poco el culo y ya le dice todo que sí y pone esa sonrisita tonta en la cara. Ya va a saber lo que es bueno esta chirusa, se hace la mosquita muerta pero ya me va a pedir medico a domicilio. Se me van a perder todos los certificados y vamos a ver si te quedan ganas de volver por el consultorio. Querer sacármelo con esa actitud de nenita que nada tiene de inocente. ¡Que descaro! Pero ¡¿quién se cree que es?!¿No se da cuenta que la que está todo el día con él soy yo? Que no puede venir a charlar con él porque si, sin decirme a mí que quiere?! Pero claro, la culpa no la tiene el chancho, a Fernando le gustó la caidita de ojos, seguro que se la levanta, por eso se la debe querer llevar al consultorio. Claro, si con Doctorcito nuevo todas se creen con derecho a venir a mover el culo acá. A todas les duele algo, con el otro no venían nunca. Claro estaba viejo, y mal humorado, este es un bombón y todas se dicen enfermas.  Y éste que no les dice nada y las atiende. ¿Pero quién se cree que es?! La chiquita esta se va a acordar de mí. En definitiva, la que maneja el ausentismo soy yo y como si fuera poco va a ser mi marido, así que tengo que empezar a ponerle los puntos a estas negritas desde ahora.”

La enfermera exudaba rabia, sus ojos estaban inyectados en sangre. Sus labios se tensaron, no podía decir lo que quería decir y la tensión inundó el lugar.
-                Verónica – la frenó el Dr. Colocándole una mano en el hombro - me disculpo, creo que hay un mal  entendido. Te presento a Victoria, trabaja en el área de proveedores. Es mi esposa. 

RGL 08/07/15