domingo, 4 de septiembre de 2011

Diario de una solitaria cuarentona I


Querido diario, amigo, confidente mío:

Anoche no te mime como de costumbre. Llegue cansada y como sabes, cuando es así solo quiero gozar de un buen descanso. Fue un día maravillosamente agotador.

Por eso, cuando llegué a casa, me dirigí a mi habitación, prendí la luz del velador, tenue, lánguida, cómplice de las sombras que jugueteaban por doquier. Me quite despacio mis prendas, una a una, todas desnudando delicadamente mi ser.  

Me contemplé un momento, quizás hasta con cierta lascividad, como la del atractivo desconocido que cruce en el pasillo de aquel viejo edificio que visite. Me abra deseado en ese cruzar de miradas perdidas? Quien sabe.

Me contemplé, y lo hice, como hacía mucho no lo hacia, en la penumbra frente al espejo, me acaricie, con la mirada; cada parte de mi, sintió mis ojos aceptándome, y con una sonrisa de satisfacción, soñolienta, me sumergí en ese mundo de sabanas de seda a gozar de sus acaricias durante toda la noche. Sabes bien amigo, que no puedo dormir con camisón. Me aprisiona y no me permite soñar.

Tendida en la cama, con las yemas de mis dedos, acaricie mi cuello, con una suave presión tratando de relajarlo, esos dedos se deslizaron por mis hombros tan cuidadosamente humectados con crema de miel. Toque mi clavícula y baje a mis pechos, que los esperaban expectantes… suaves, erectos.

Lo último que recuerdo, es haber tomado una bocanada de aire, acurrucada y abrazada a la almohada y haber sentido perfume, si, ese que resulta tan mío y que me caracteriza, ese que no son flores pero huele a flores, que no son hojas pero tiene un dejo de verde, que no es madera pero tiene su esencia.. ése aroma tan a mi, me arrulló y me dejó volver soñar.

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