domingo, 21 de agosto de 2011

Historia de un camino y sus personajes - Parte II

Cuando se descongestionó ese ir y venir de almas que suben y que bajan, que lloran y sonríen, que se dicen adiós o se abrazan largamente, luego de mirarlos detenidamente. Me calce mi bolso al hombre y encaré en busca de un lugar donde quedarme.

Caminé, por una calle coronada de árboles con copas que parecían ser de oro, caminé por una alfombra similar de flores caídas que jugueteaban al son de la brisa que las manipulaba a su antojo.

El aire era liviano, fresco y liviano, mis pulmones acapararon todo el aire limpio que pudieron, como si quisieran guardar una reserva para otros días no tan limpios.

Saque de mi bolsillo un papelito con una propaganda que decía: “Hostería de la Cascada” y casi diminuta una letra que rezaba “has realidad tus sueños”

Caminé como un kilómetro, cuando comenzaba a desesperar y me senté al borde de la calle que ya era de piedritas grises blancas y negras. Cuando levanté la vista, en lo alto de una loma, ví un edificio que parecía ser parte de un cuadro. Rodeado de montañas, árboles, flores y caballos. Pensé:

-          Haré realidad mis sueños, si, lo haré.

Y me encaminé valerosa, hacia ese edificio que me había traído desde tan lejos en busca de un poco de paz y de algunos sueños.

Historia de un camino y sus personajes - Parte I


A veces creo que Dios me quiere mucho, ó muy por el contrario me aborrece y es por eso que me mantiene en esta tierra sin que nada malo me suceda.

Cuando el micro paró a cargar gente cerca de Gral Pico yo dormía placidamente, estirada sobre mi asiento y el lindero que estaba desocupado, hasta que una presencia a mi lado pregunto si necesitaría los dos asientos que estaba ocupando.

Apabullada por el sueño, el no saber donde estaba, y el perfume que de ese ser emanaba, me enderece a regañadientes, me tapé con la campera que llevaba e ignorando la irónica voz que me perturbó en mi apacible sueño, continué como si nada hubiera pasado. Como de costumbre, no tarde en recuperar el sueño.

Imposible saber cuantas horas dormí, podían ser dos, como 16, ya que soy buena dormilona cuando mi cuerpo así me lo pide y las circunstancias me lo permiten. Cuando me desperté, escuche a mi lado, la misma voz molesta de la noche anterior, que decía:

-          Buen día bella durmiente. Vas a seguir durmiendo o preferís desayunar? 

Con la seriedad que me caracteriza cuando no logro entender una situación, o algo  no me resulta agradable, miré para todos lados y pregunté si se dirigía a mi.

Otra vez con su ironía afirmó pero esta vez, con un gesto que a esa hora me parecía detestable aunque dejase entrever en su sonrisa, la hilera perlada que se escondía tras sus labios finos.

Pregunté donde estábamos y me confirmó que cerca de El Bolsón, indicándome que se trataba de un pintoresco pueblo escondido en las montañas de Río Negro.

Una sonrisa forzada salió de mis labios y suspiré aliviada, no tendría que soportar mucho tiempo más a mi indeseable aunque interesante compañero de asiento ya que ese era mi destino, el que no confesé.

No podía dejar de mirar por la ventanilla, el paisaje era maravilloso. Y mis ojos parecían salirse de sus órbitas, con cada cuadro que se pintaba ante ellos.

Necesitaba un cigarrillo, si, definitivamente necesitaba un cigarrillo. Vaya a saber cuantas horas hacia que no saboreaba uno. Así que me fui a la cabina y le pedí permiso al conductor para entrar y fumar junto a él. Si, ya se que esta prohibido fumar en los micros, pero los choferes de larga distancia fuman, quien más quien menos, no se pueden resistir a los vicios de una mujer que viaja sola. Cigarrillo y un poco de charla, me terminaron de despabilar.

Fue así que en la charla me informó el chofer, un personaje cincuentón que alardeaba de su .. vaya a saber que…  que en una hora estaríamos llegando al destino. Cuando sus insinuaciones comenzaron a picarme, y el cigarrillo se terminó, me levante y volví a mi asiento.

-          volviste?

Dijo esa voz, que ya comenzaba a detestar. Y queriendo entablar charla, me ofreció café, mate, galletitas, alfajor y mentitas. Negándome a todos los ofrecimientos, me calcé los auriculares y me dejé llevar por la música. No quería nada, solo quería bajar de ese micro y disfrutar de mis vacaciones sola, sola, sola.

A veces, encontrarme me hace bien y para ello necesito estar a solas, volver a mi es algo que me hace sentir mejor y me ayuda a continuar con mi patética rutina de oficina  y de heroína que todo lo puede.

A veces, cuando quiero encontrarme conmigo misma, toma una ruta inesperada con miedo, miedo a encontrar la libertad y no querer regresar.  

La desinflada frenada del micro, me indico que era tiempo de comenzar mi camino.

lunes, 8 de agosto de 2011

Historia de un aventón - Parte III


Al poner los pies sobre la tierra y cerrar la enorme puerta del vehiculo que me llevo a mi destino, supe que no volvería a ver sus ojos. La despedida fue silenciosa, tan solo una sonrisa y sin palabras, pues ellas estarían de más.



Esa mañana, un inquieto rayo de sol logró encontrar un espacio a través de la cortinita de terciopelo azul, para jugar con mis párpados que se negaban a despertar al día que comenzaba.

Aturdida, medio dormida, sentí mi desnudez debajo de las mantas que nos cubrían del blanco frío matinal. Nuestros cuerpos estaban calientes y un aroma embriagador inundaba el lugar. Contemplé su rostro pacífico, sus labios carnosos y sus manos y volví a posar mi rostro en su pecho, sintiendo en mi mente como una película con las imágenes, olores y sabores de la noche anterior.


 Caída la noche arrullada por la luna, cantando preciosas canciones de cuna. A medida que avanzaba por el camino, las ruedas nos internaban en el frío blanco que hiela la sangre de aquel que desconoce la noche en estas rutas.

El aire helado adormeció mis sentidos y la voz gentil de aquel desconocido que me permitió acompañarlo, me ofreció sus brazos. Eterno fue el día y negarme no pude, fue largo el camino para llegar hasta él.
 
Bastó una mirada para que caiga rendida, ante el mar de sus ojos. Me deslice despacio hacia el mullido lecho que como caracol lleva a cuestas aquel señor.

Así como a la noche me arrullo la luna, y el hombre gentil manejo con cuidado, como queriendo acunarme, busco un descanso, se escucho en el desierto un suspirar de motores.  La luna parecía tocar las montañas buscando las nubes que despintaron el cielo.

Tendida en el lecho que recorre las rutas, sentí el silencio que atrae la nieve. Sin nubes que opaquen la inmortalidad de las estrellas me dejé llevar, antes que la noche escarche mis fantasías.

Pidió permiso y entró en su lecho, suave y tímido el caballero. Fue pequeño el lugar y amplio el deseo que emergió de repente al estar frente a frente.

Eternos instantes nos miramos de cerca. Pudiendo sentir tibio nuestro aliento, pudiendo desear la humedad de nuestros labios, convertidos en imanes, pudimos acariciarlos con la mirada y de a poco …. muy de a poco, entré en el ensueño de sus manos. Eran toscas y torpes, pero suavemente tocaron mi cuerpo, rozándome despacio como se trata un cristal o como se acaricia la seda que flota delicada a merced de la brisa que la gobierna en primavera.

Presentí como llovía en los vidrios que recibían nuestra respiración, Ah!! Leales  nos defendieron del frío que celoso quería entrar a helar nuestras pasiones.

Abstraídos de esa lucha, libraba del otro lado de la cortinita de terciopelo azul, nuestra ropa fue cayendo poco a poco y dejó de ser nuestra, nuestros cuerpos sucumbieron a la humedad de nuestros labios y ya no eran nuestros confundiéndose, entrelazados en perfecta armonía, nuestros cuerpos se balanceaban al son de nuestros deseos.

Nos acariciamos erizados, nos besamos íntegros, nos escudriñamos suaves, nos absorbimos inagotables, fuimos uno en el éxtasis y en la calma mientras nuestros ojos… Oh! De nuestros ojos destellaban cristales de pasión, lágrimas candentes, que suspiraban placer. Nos acariciamos, nos besamos hasta caer dormidos, en medio de la inmensa nada helada que nos rodeaba y absorta desde la inmortalidad nos contemplaba.

Historia de un aventón - Parte II

Sentada en el cantero que pretendía infructuosamente adornar el último surtidor de combustible de la playa. Desentendida del mundo, me dedique a contemplar como el sol se preparaba para ir a dormir. Sus comadronas las nubes lo ayudaban a cambiarse, dándole mimos de algodón naranja y mudando su ropa de un celeste pálido a un dorado que anunciaba la llegada de la luna, que soberbia se apoderó de mis ojos.  Tan reluciente y delicada fue su llegada que me sentí en otro mundo, parecía que era la primera vez que veían un atardecer. En realidad, era la primera vez que me había tomado el tiempo de verlo.


Mientras yo volaba de alguna manera hacia mi misma, el playero, se encargó de conseguir quien me llevara a mi tan ansiada libertad. Agitó sus manos y una sonrisa cómplice, me confirmo que había conseguido un transporte para mí.


Nunca había visto tan de cerca un camión, pero era lo que buscaba, era lo más seguro para una mujer sola que nadie sabía donde estaba ni a donde iba. Nunca imaginé que fueran tan grandes, debe ser que en la televisión el mundo es tan pequeño que uno no toma conciencia de que tan insignificante es en realidad.


En una lucha con mi bolso y sus rueditas en la que triunfal sonreí frente a una rueda frontal de ese enorme camión que se burlaba de mi estatura, frené para contemplarlo. Imponente, poderoso y que rugía de ansias por volver a las rutas.


Y yo que me creía una persona desenvuelta y práctica. Tímidamente, asumí que no sabía ni como, ni por donde subir a un camión.


Difícil fue trepar hasta mi asiento, el que divisé al abrir la enorme puerta del Inter que ya en marcha esperaba por mí en medio de la playa de estacionamiento de esa ciudad para mi desconocida.


Si bien hacia cuatro grados bajo cero, entré en un extraño calorcito, si…de esos que nos dan cuando nos encontramos en apuros y no podemos evitar sentir vergüenza. Mientras trataba de ver como podía hacer para llegar hasta el asiento que se alzaba mucho mas arriba de mi escaso metro setenta (con tacos ) sin olvidar mi equipaje.


Primer intento: fallido, resultado, una uña rota y un salto hacia atrás disimulando el resbalón. Segundo intento: obviamente fallido, resultado, otra uña rota, más calor y un bolso que se desplomó en el piso y que casi me lleva con él.


Esto requería un poco de física básica, calcular volumen, distancia y peso, tanto mío como el de mi equipaje.


Cuando divisé los peldaños de hierro de la cabina, mi único pensamiento fué:


-No te patines, no te patines!!,


Ese vehiculo que se erguía frente a mi, me apuraba con su rugir de motor impaciente que me hacía recordar el calor que corría por mi rostro.


Era inútil mi bolsito de mano al tono, el bolso del equipaje, pesado y molesto y un ataché no podían subir al mismo tiempo que yo y obviamente ellos solos no subirían.


Por lo tanto, me resigné a tratar de encestar mi bolsito y el ataché en el asiento y subir el bolso por encima de mi cabeza que me demostró, contrario a lo que siempre había creído, que no es conveniente llevar mucho equipaje.


Luego de aventar las cosas, y rogando no haber roto nada, al subí el primer peldaño, me asomé a ese desconocido mundo: era una cabina!! Si!! Como esas con las que soñaba desde pequeña. Me inundo la tranquilidad cuando mis ojos maravillados tropezaron con unos suaves ojos verdes que me observaban sonrientes y hasta un poco burlones.

Ahí estaba, aun luchando con la puerta que se negaba a cerrarse, celosa de saber, que me acercaba al conductor , mi nuevo compañero de viaje de sonrisa amena y cálida voz, al que no conocía aún, pero que en este trayecto conocería mucho mejor.


-Estas loca! Gritó mi cautelosa conciencia, si, otra vez ella, esta vez resignada de saber que no la escucharía por el estruendo que hizo la puerta al cerrarse por completo.


-Loca no!!  - Pensé -  solo decidida a huir...

Historia de un aventón - Parte I

-Estas loca! Gritó mi cautelosa conciencia, esa que había amordazado, atado de pies y manos, cuando preparé el bolso la noche anterior.

-¡¡Loca no!!  - Pensé -  ¡¡solo desesperada por huir del mundo que me lastima!!.

Ese día entendí, algo que nunca me enseñó mi pequeño, calculado y hermético mundo de perfección y detallismo, la tan detestada y pordiosera improvisación.

Jamás lo había entendido pero ese día, llegué tarde a mi huída. Y como fugitiva inexperta, me encontré sola en medio de una nada que no conocía, una nada mucho más inmensa que mi propia nada; esa, de la que escapaba.

Había perdido el transporte que me desconectaba totalmente de ese mundo del que quería estar lo más lejos posible. Y a su vez ya había pasado el punto de no retorno. Solo podía avanzar improvisando.

Como podía ser? Si yo, la puntual, la detallista, la perfeccionista había calculado todo, hasta un amplio margen de error para no fallar y salir veloz por la ruta que lleva a la libertad. Durante días como un preso sin tiempo, y con la paciencia como única amiga, cavé el hoyo que me liberaría.

Como podía ser? Y entendí.  La humanidad, había creado el más poderoso de los carceleros. El reloj. Fue así que, miré mi muñeca y desabroche el precioso y delicado aparato que marcaba aún el ritmo de un pasado que ya estaba dejando atrás. Lo presioné en mi mano, y lo dejé caer a mi lado para seguir caminando, dejando también atrás, la terminal de micros que ya nada me ofrecía.

Sin dejar de despotricar en mis adentros contra la compañía aérea que por su demora, me dejó a merced de mi misma en ese lugar que no conocía. Caminaba metida en mis pensamientos, hasta que otra vez mi inexperiencia de fugitiva se hizo notar, al sentir el viento colarse por mi abrigo de piel a la moda, que solo servía de adorno.

El sol que me seguía desde que aterricé a miles de kilómetros de mi ciudad, hizo resplandecer un cartel que me ofrecía comida, calor y lo mejor …la posibilidad de un transporte.

Castañas miradas siguieron mi paso, o el flamear de mis cabellos que luchaban desorientados con el viento del atardecer. Castañas y nobles miradas, entendieron que podían ayudarme a pedir un aventón.

-Estas loca! Gritó mi cautelosa conciencia, una vez más.

-Loca no!!  - Pensé -  solo desesperada por huir del mundo que me lastimaba.