lunes, 8 de agosto de 2011

Historia de un aventón - Parte III


Al poner los pies sobre la tierra y cerrar la enorme puerta del vehiculo que me llevo a mi destino, supe que no volvería a ver sus ojos. La despedida fue silenciosa, tan solo una sonrisa y sin palabras, pues ellas estarían de más.



Esa mañana, un inquieto rayo de sol logró encontrar un espacio a través de la cortinita de terciopelo azul, para jugar con mis párpados que se negaban a despertar al día que comenzaba.

Aturdida, medio dormida, sentí mi desnudez debajo de las mantas que nos cubrían del blanco frío matinal. Nuestros cuerpos estaban calientes y un aroma embriagador inundaba el lugar. Contemplé su rostro pacífico, sus labios carnosos y sus manos y volví a posar mi rostro en su pecho, sintiendo en mi mente como una película con las imágenes, olores y sabores de la noche anterior.


 Caída la noche arrullada por la luna, cantando preciosas canciones de cuna. A medida que avanzaba por el camino, las ruedas nos internaban en el frío blanco que hiela la sangre de aquel que desconoce la noche en estas rutas.

El aire helado adormeció mis sentidos y la voz gentil de aquel desconocido que me permitió acompañarlo, me ofreció sus brazos. Eterno fue el día y negarme no pude, fue largo el camino para llegar hasta él.
 
Bastó una mirada para que caiga rendida, ante el mar de sus ojos. Me deslice despacio hacia el mullido lecho que como caracol lleva a cuestas aquel señor.

Así como a la noche me arrullo la luna, y el hombre gentil manejo con cuidado, como queriendo acunarme, busco un descanso, se escucho en el desierto un suspirar de motores.  La luna parecía tocar las montañas buscando las nubes que despintaron el cielo.

Tendida en el lecho que recorre las rutas, sentí el silencio que atrae la nieve. Sin nubes que opaquen la inmortalidad de las estrellas me dejé llevar, antes que la noche escarche mis fantasías.

Pidió permiso y entró en su lecho, suave y tímido el caballero. Fue pequeño el lugar y amplio el deseo que emergió de repente al estar frente a frente.

Eternos instantes nos miramos de cerca. Pudiendo sentir tibio nuestro aliento, pudiendo desear la humedad de nuestros labios, convertidos en imanes, pudimos acariciarlos con la mirada y de a poco …. muy de a poco, entré en el ensueño de sus manos. Eran toscas y torpes, pero suavemente tocaron mi cuerpo, rozándome despacio como se trata un cristal o como se acaricia la seda que flota delicada a merced de la brisa que la gobierna en primavera.

Presentí como llovía en los vidrios que recibían nuestra respiración, Ah!! Leales  nos defendieron del frío que celoso quería entrar a helar nuestras pasiones.

Abstraídos de esa lucha, libraba del otro lado de la cortinita de terciopelo azul, nuestra ropa fue cayendo poco a poco y dejó de ser nuestra, nuestros cuerpos sucumbieron a la humedad de nuestros labios y ya no eran nuestros confundiéndose, entrelazados en perfecta armonía, nuestros cuerpos se balanceaban al son de nuestros deseos.

Nos acariciamos erizados, nos besamos íntegros, nos escudriñamos suaves, nos absorbimos inagotables, fuimos uno en el éxtasis y en la calma mientras nuestros ojos… Oh! De nuestros ojos destellaban cristales de pasión, lágrimas candentes, que suspiraban placer. Nos acariciamos, nos besamos hasta caer dormidos, en medio de la inmensa nada helada que nos rodeaba y absorta desde la inmortalidad nos contemplaba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario