lunes, 8 de agosto de 2011

Historia de un aventón - Parte II

Sentada en el cantero que pretendía infructuosamente adornar el último surtidor de combustible de la playa. Desentendida del mundo, me dedique a contemplar como el sol se preparaba para ir a dormir. Sus comadronas las nubes lo ayudaban a cambiarse, dándole mimos de algodón naranja y mudando su ropa de un celeste pálido a un dorado que anunciaba la llegada de la luna, que soberbia se apoderó de mis ojos.  Tan reluciente y delicada fue su llegada que me sentí en otro mundo, parecía que era la primera vez que veían un atardecer. En realidad, era la primera vez que me había tomado el tiempo de verlo.


Mientras yo volaba de alguna manera hacia mi misma, el playero, se encargó de conseguir quien me llevara a mi tan ansiada libertad. Agitó sus manos y una sonrisa cómplice, me confirmo que había conseguido un transporte para mí.


Nunca había visto tan de cerca un camión, pero era lo que buscaba, era lo más seguro para una mujer sola que nadie sabía donde estaba ni a donde iba. Nunca imaginé que fueran tan grandes, debe ser que en la televisión el mundo es tan pequeño que uno no toma conciencia de que tan insignificante es en realidad.


En una lucha con mi bolso y sus rueditas en la que triunfal sonreí frente a una rueda frontal de ese enorme camión que se burlaba de mi estatura, frené para contemplarlo. Imponente, poderoso y que rugía de ansias por volver a las rutas.


Y yo que me creía una persona desenvuelta y práctica. Tímidamente, asumí que no sabía ni como, ni por donde subir a un camión.


Difícil fue trepar hasta mi asiento, el que divisé al abrir la enorme puerta del Inter que ya en marcha esperaba por mí en medio de la playa de estacionamiento de esa ciudad para mi desconocida.


Si bien hacia cuatro grados bajo cero, entré en un extraño calorcito, si…de esos que nos dan cuando nos encontramos en apuros y no podemos evitar sentir vergüenza. Mientras trataba de ver como podía hacer para llegar hasta el asiento que se alzaba mucho mas arriba de mi escaso metro setenta (con tacos ) sin olvidar mi equipaje.


Primer intento: fallido, resultado, una uña rota y un salto hacia atrás disimulando el resbalón. Segundo intento: obviamente fallido, resultado, otra uña rota, más calor y un bolso que se desplomó en el piso y que casi me lleva con él.


Esto requería un poco de física básica, calcular volumen, distancia y peso, tanto mío como el de mi equipaje.


Cuando divisé los peldaños de hierro de la cabina, mi único pensamiento fué:


-No te patines, no te patines!!,


Ese vehiculo que se erguía frente a mi, me apuraba con su rugir de motor impaciente que me hacía recordar el calor que corría por mi rostro.


Era inútil mi bolsito de mano al tono, el bolso del equipaje, pesado y molesto y un ataché no podían subir al mismo tiempo que yo y obviamente ellos solos no subirían.


Por lo tanto, me resigné a tratar de encestar mi bolsito y el ataché en el asiento y subir el bolso por encima de mi cabeza que me demostró, contrario a lo que siempre había creído, que no es conveniente llevar mucho equipaje.


Luego de aventar las cosas, y rogando no haber roto nada, al subí el primer peldaño, me asomé a ese desconocido mundo: era una cabina!! Si!! Como esas con las que soñaba desde pequeña. Me inundo la tranquilidad cuando mis ojos maravillados tropezaron con unos suaves ojos verdes que me observaban sonrientes y hasta un poco burlones.

Ahí estaba, aun luchando con la puerta que se negaba a cerrarse, celosa de saber, que me acercaba al conductor , mi nuevo compañero de viaje de sonrisa amena y cálida voz, al que no conocía aún, pero que en este trayecto conocería mucho mejor.


-Estas loca! Gritó mi cautelosa conciencia, si, otra vez ella, esta vez resignada de saber que no la escucharía por el estruendo que hizo la puerta al cerrarse por completo.


-Loca no!!  - Pensé -  solo decidida a huir...

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