domingo, 31 de mayo de 2020

La película


No recuerdo en absoluto la película, no recuerdo cuantos años tenía, ni la sala de cine, estoy segura que era el cine, no recuerdo con quien fui , quizás con mi tía, es que con ella vivimos muchas aventuras, solo recuerdo una escena.

Era un maravilloso día, la pradera brillaba con el sol, la brisa suave acariciaba la hierba formando olas acompasadas, las mariposas revoloteaban, el mundo era perfecto y Bamby y su mamá pastaban alegres. Era la primera vez que iban después de todas las recomendaciones de su mamá y las veces que practicaron. Mamá le había contado que ese lugar era el más peligroso del mundo.

Con cuidado Bamby se fue adentrando en la pradera y a cada paso, no paraba de asombrarse, cada insecto, cada raíz, cada hoja hacían que sus ojos se agranden como si fueran a salir de sus órbitas, su inocente asombro no tenía límites.

El pequeño salía al mundo y lo descubría, al cuidado de su mamá que vigilaba de cerca.
Cuatro perdices volaron y mamá cierva fijó su mirada en ellas. No pasó un segundo que salto y comenzó a correr veloz y grácil a la voz de corre Bamby! Corre!

Y corrió. Veloz y desesperado, como si quisiera alcanzar su corazón que pareció salirse de su pecho y dejarlo atrás. En el aire retumbó el sonido sordo feroz y mortal de un disparo.

Llegó a los árboles protectores, agitado y sin aliento. Se dio vuelta. Buscó a su mamá co la mirada. El silencio fue perpetuo, el rostro ocupaba toda la pantalla. Sus enormes ojos brillaban y se desbordaban. Comenzó a rasparme la garganta y una piedra me apretó el pecho mientras el pronunciaba esas trágicas palabras: Mamita, donde estás?

 Y desconsoladamente, rompí a llorar.

Mi primer recuerdo


Corría el invierno del 72 y vivíamos en Buenos Aires, pero claro, yo no tenía conciencia de ello, nací el 24 de agosto de 1970 en Chilecito, La Rioja, dato del que me percataría años más tarde.

Mis zapatos negros de charol relucientes, no se movían de la baldosa naranja con ribetes blancos amarillos y negros. Desde ese cuadrado de 20 por 20, podía ver que la mesa escuálida de fórmica marrón y patas negras también delgadas en la que comíamos todos los días estaba llena de cosas y las sillas no estaban. Gladys, la vecina de al lado, con su ir y venir apresurados, hacían que me mantenga callada y quieta en un costado. Yo era la espectadora de un momento inolvidable.

La luz amarillenta bañaba como de costumbre esa cocina-comedor. Gladys ni se percataba de mi presencia ahí, era un mueble más. Ella era una mujer gigante, parecía una montaña en comparación a mi mamá y su escaso metro cincuenta, llevaba un batón azul de florecitas blancas diminutas, su cabello corto a lo varón y de color negro azabache, no paraba de moverse y de a ratos desaparecía detrás de la cortina floreada que servía de división de los dos ambientes. Yo no podía ver que sucedía adentro.

Pero en una de esas idas y venidas, Gladys trajo algo envuelto que agarraba cuidadosamente, no podía ver que era aunque estiraba el cuello y me paraba en puntitas de pie sin éxito. No vi, pero por el ruido, entendí que lo metió en un fuentón verde claro de plástico lleno de agua.

Por unos segundos, por fin pude ver por un costado de la mujer. Se dibujaba difuminada y borrosa, una mano pequeña, que tocaba y se patinaba contra el fuentón. Yo no entendía. Hasta que Gladys, me miró y con una dulce sonrisa, me dijo: “Vení, conocé a tu hermana.”

miércoles, 27 de mayo de 2020

Dia 68


Mi mamá es la mejor. Todos los días juega conmigo, me da de comer, me acaricia y me arropa cada noche para ir a dormir.
Pero, mi mamá a veces me daba miedo. Una vez se metió en un bosque para hacer esas cosas de supervivencia. Volvió a los 3 días, distinta, brillante y con la firme convicción de sobrevivir a lo que sea. Para mi ella ya era una superviviente, pero parece que no lo sabía.
Yo la escuchaba hablar, de preparar mochilas, una para cada uno, de almacenar agua, y comida no perecedera. Desde esa vez, todos los meses, la veía volver del mercado con enormes bultos de mercadería, que en parte usábamos y en parte servía de reserva.
Todos los días ella se iba a la mañana y volvía cuando el sol se ocultaba y siempre, desde el portón me decía; “ Mamá, se va a trabajar. En un rato vuelvo. Esperame y jugamos. “ y yo la esperaba y cuando llegaba era como que el sol salía de nuevo.
A veces se iba, unas semanas o hasta un mes entero, me dejaba con mi hermana mayor, que se quedaba contenta a cuidarme y me decía. Mamá ya va a volver, fue a buscar un lugar bonito. Y cuando volvía, lo hacía contenta, y me contaba que había hecho, los lugares que había visto, sus planes, que yo no entendía, estábamos bien donde estábamos yo solo quería estar con ella, lo demás, no me interesaba pero ella hablaba de un lugar donde pudiera correr y yo seguía sin poder entender.
Pero hace un tiempo, ella ya no se va por las mañanas, se la pasa en la casa muy cerquita mío, dice que trabaja, pero yo la veo con la compu todo el día y a veces también de noche. Yo estoy feliz, pero ella ya no brilla. Jugamos, pero ella no siempre tiene ganas. Yo la acompaño. Hace 68 días que esta acá conmigo, yo estoy feliz, pero ella parece preocupada. Ha dado vuelta los muebles, ha organizado mil veces las cosas en distintos lugares, una vez a la semana parece que nos mudamos a casa nueva, muchas veces pinta, hace cosas lindas de colores, los cuelga para decorar el lugar, hace cajas preciosas y frascos con dibujitos, todo el día toma mate y cuando ella come, yo como con ella, le doy besos, y ella me acaricia. Pasamos tanto tiempo juntos que a mi me parece un sueño, aunque ya no salimos a correr por el campo. Ella dice que no se puede, que hay que prepararse, sigue juntando cosas y ordenandolas. Dice “parece que se va a poner peor”, pero que puede ser malo si ella esta todo el día conmigo?