domingo, 4 de septiembre de 2011

Diario de una solitaria cuarentona II

Querido diario, compañero incansable:
Hoy fue un día tranquilo.
La luz del alba invadió mi habitación y de a poco me despertó, traviesa jugando en mi rostro.
La cama estaba tibia y disfrute de esos cinco minutos que no siempre tengo y que tanto me gustan.
Me retorcí en la cama, me estire, alce los brazos … desperté de un descanso reparador y por cierto muy necesario para mis cuarenta años.
He notado amigo, que ya no me levanto apurada como antes.
Disfruto de mi despertar, de esos cinco minutos, del remoloneo y el romance con las sabanas que se niegan a dejarme ir cada mañana y que me acarician hasta el ultimo instante tratando de convencerme que me quede con ellas.
A esa hora, me seduce una ducha, y me levanto a desfilar por la habitación preparando cuidadosamente cada prenda a ponerme, cada crema, cada detalle que la noche anterior seguramente quedaron en un cajón.
Elijo cuidadosamente, mi ropa interior, hago un ritual de esa ducha que me daré, preparo los aceites para el cuerpo, esos que huelen a almendras y que suavizan tanto mi piel. Dejo correr el agua hasta alcanzar el punto exacto, ese, que reconforta cada poro de mi. Dejo caer el agua por mi cabello, que se estira llegando a mis muslos y me acaricia suave la espalda.
Cierro los ojos y siento el agua golpetear en mi frente y tomarme toda, hasta poseerme.
Tanteo frascos de champú y llego al momento que más me gusta.
El de las caricias, si, tomo el jabón y lo paseo por cada recoveco curva y monte de mi cuerpo mojado.
Patina, juega, con la espuma y me recorre, insaciable.. divertido, sensual.
Surca mi pechos, baila en mi vientre, saborea mis piernas.. me conoce, toda, me besa hasta desaparecer.

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