viernes, 23 de marzo de 2012

Historia de un camino y sus personajes - Parte III

La lluvia dejó sus huellas en la ruta roja, donde los charcos hacían de pequeñas trampas para un auto bajo como el que conducía. Barro y más barro en cada curva, en cada recta, barro y coleando y patinando lograba avanzar.
El pueblito que buscaba no figuraba en ningún mapa. O era muy nuevo o ya había muerto, lo cierto es que me dijeron que allí conseguiría un poco de queso de cabra que mi hija tanto quería.
Mala época por cierto, pero aun así quise hacer el intento.
Nunca vi el final del camino, creo que no existía un final, o no existía el comienzo del pueblo. Una casa aquí una más allá… mucho más allá. Como mucho eran cinco ranchos y en ninguno alma que contestara mi llamado. Cada tanto escuchaba algún cascabel que amenazante le hacia frente al vehiculo, motivo más que suficiente para no bajarme.
Casi cuando estaba por retomar el camino de regreso, escucho un cabrito llorar, lo busque con la mirada. Ahí estaba, ya no era tan chico pero estaba solo. Me miró pacífico, sin miedo, como si supiera que no le haría daño.
Y la música. ¿De donde venía esa música? Puse primera y despacito seguí una melodía norteña que me llevo, vueltas para acá y vueltas por allá en medio del campo sin camino, al único rancho donde había señales de vida.
Todo el pueblo estaba allí, y curiosos me miraron bajar del auto que más que negro azabache era marrón terracota por haber andado sapeando en el barro de mi tierra natal.
Tomó la palabra un anciano arrugado y moreno, delgado y con mirada lánguida y triste. Me explico que por allí solo encontraría soledad y que se aproximaba la noche, casi me ordenó que volviera por donde vine. Tosco, arisco, y un poco pasado de copas me explicó que no era época de amamantar de las cabras por lo que no podía ayudarme en mi búsqueda.
Quizás mi gesto notorio de desilusión y frustración lo hizo respirar hondo y entablar amable charla. Como a su nieta me miró, por un rato… y por fin me contó, que la época no era buena, que  ya no había faena; que desde que la civilización y el Dakar pasaban por rutas mas grande ese era un pueblo fantasma. Que no había corrales que las cabras no conocieran a los que de mañana saltaban y de noche volvían, solas, sin pastores que las arreen pues los planes del gobierno habían terminado con las pocas ganas de trabajar de la gente joven.
Desinflándose en un suspiro, que se perdió en el desierto, el anciano de valores perdidos evoco su recuerdo. 
Laboriosidad perdida, y pestañeó largo.
Vecindad olvidada, y un suspiro se escapó de su hundido pecho.
Y con dolor en las letras, pronunció el nombre de la compañera fiel que hacia tiempo lo acompañaba. La soledad.
Respiró hondo, muy hondo, agradeció la visita, y caminó a su rancho.
Subí al auto, emprendí el regreso, quise dar una mirada por el espejo.
Un escalofrío corrió por mi cuerpo, al ver que donde el pueblo festejaba, hacia un momento y un anciano se lamentaba, no había más que un árbol de mistoles seco. 

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