viernes, 23 de marzo de 2012

Historia de un camino y sus personajes - Parte IV

Siempre supe que la alegría es pasajera, pero como se la extraña cuando nos abandona, uno se encuentra perdido, sin rumbo y sin mirada, ha extraviado su horizonte y no hay ocaso ni amaneces que nos complete.

En mi cabeza solo había oscuridad esa clara tarde de primavera del 2006. Las nubes de mis dudas ocupaban cada uno de mis pensamientos y mis ojos, mis ojos no podían brillar como hasta hacía un tiempo era su costumbre.

Cargaba pesados libros, pero ellos no me molestaban en lo absoluto, la verdadera carga la traía en mis espaldas, la soledad, la tristeza eran demasiado pesadas para seguir soportándolas y hacia un tiempo había bajado los brazos, dejando caer las esperanzas y la alegría.

No se porque giré mi cabeza, creo que algún ángel me dio un golpecito en la nuca esa tarde y sus dientes blancos iluminaron el momento, el día, mi vida que había comenzado a marchitarse.

Sorda a sus señas de querer ayudarme con los libros que parecían tan pesados, no lograba entender que su mirada me invitaba a perderme en sus ojos negros. 

Se llamaba Martín y sin saber lo que por mi mente, mi corazón y mi vida pasaban, me devolvió la alegría de vivir con esa sonrisa encantadora y su alegría contagiosa.

Siempre dije que las cosas pasan por algo, por algo hacía sin saber un viaje más que innecesario ese día, por algo, corrí hasta alcanzar el autobús, por algo decidí llevar esos libros de regreso a la biblioteca de donde los había sacado hacia meses e iba en busca de la sanción merecida, por algo giré mi cabeza que parecía sumida en un mundo de idea sin retorno, por algo, siempre supe que por algo el destino me puso en el lugar y el momento adecuado para encontrarme con Martín, ese mismo que hace unos años nomás me devolvió la alegría que la vida me había quitado de a poco.

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