A medida que fui migrando de casa en casa durante tanto tiempo, fui
dando, tirando, o simplemente olvidando objetos y los que cargo conmigo son
solo para hacer mi existencia más cómoda.
Podría decirse que no soy muy apegada a nada material en este mundo.
Tengo cierta preferencia por algunos objetos que simplifican mi vida, como la
planchita, la depiladora, la notebook, el despertador aunque lo odie, pero que
signifiquen algo emocional, no he podido localizar ninguno. Y he pensado en muchos
al punto de recordar que en una época tuve un osito rosa de esos que eran
prendedores y que se colgaban de la mochila.
Le había tomado cariño, pero cuando corte la relación con ese seudo
novio que tenía a mis 17 años, en un arranque de rabia le prendí fuego, sí, aún
puedo sentir el olor a plástico quemado mientras el rosa se fundía en un charco
negro burbujeante que despedía un humo espeso, supongo que fue mejor que
quemarlo a él, nunca olvidaré lo grandes que abrió sus ojos marrones al ver
como queme su patético osito con el que molestaba todo el tiempo.
Años más tarde, nos cruzamos en la calle, nos saludamos, el típico
“como estas tanto tiempo” y luego, mirándome fijo dijo “vos quemaste el osito”
no podría creer que 20 años más tarde se acordara. Llegué a la conclusión que
le dolió y que seguía siendo el mismo inmaduro de siempre. Ese osito me importaba
y lo quemé, hasta me asusto de pensarlo. Nunca lo había visto de ese modo. En
fin, no hay osito, sigo sin objeto.
Podría decir que los libros que he juntado durante tantos años son
algo especial, cada tanto tomo alguno al azar y lo abro en una página
cualquiera y releo y me vuelvo a sorprender, de ellos ninguno prefiero por
sobre otro, cada uno es un poco de magia que guardo, una magia distinta que acompañó
momentos, que me recuerda personas, algunas que no están y que llevo conmigo
siempre. Darlos, venderlos, que no estén más, no implicaría mayor esfuerzo más
que el que me puede insumir meterlos en una caja o varias ya que son una
considerable cantidad. Quizás separaría algunos, la poesía seguramente y si es
regalada más segura todavía, alguna saga de esas fantásticas que me gustan,
podría deshacerme de la mayoría sin duda.
Carteras zapatos y vestimenta tengo a montones, pero podría no
tenerla. Hay pilas de ropa, de botas y sandalias, de carteras de todo tipo
amontonándose en mi placard, pero nada de eso resulta significante, en sí nada
especial. Quizás si me pusiera a recordar donde y porque los compré, cuando y
con quien los usé, alguno podría resultar más significativo. Como el vestido
con el que recibí mi título, aún lo tengo, seguramente porque es relativamente reciente,
no soy de guardar mucho tiempo las cosas que no voy a usar.
Me resulta hasta triste pensar que no guardo nada de nadie, que
nunca mi padre me regaló un reloj que heredara de su padre y el de su padre, ni
que mi mamá me dé su anillo de bodas cuando me case porque era de su mamá y de
su mamá y de su mamá. Claro, si mi papá habría tenido un reloj antiguo lo
habría vendido o empeñado a cambio de dos mangos que le permitirían comprar una
botella de vino, y mi madre, seguro tuvo el anillo de la abuela, pero lo vendió
cuando no tenía para darnos de comer. Objetos familiares ni uno solo llevo
conmigo, quizás es mejor así, todos los objetos tienen historia y la historia
familiar no es muy grata que digamos. Sería como cargar con peso muerto que
dificulte el andar cotidiano.
No, no hay objeto ni lo habrá, siempre creí que lo significativo no
son objetos, sino los momentos, las personas, las palabras dichas en momentos
justos, las sonrisas y hasta algunas lágrimas vertidas y todo eso lo llevo en
la memoria y en el corazón.
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