viernes, 11 de septiembre de 2015

Mi perro y yo



Ese día de mayo de 2013, llegué a casa como de costumbre ya entrada la noche. Mi hijo me esperaba con una sonrisa de oreja a oreja y la emoción le salía por los poros. Sus ojos brillaban y tras arrastrarme prácticamente a su habitación, sus manos me señalaban la cama, ví, una bola de pelos que se encontraba cómodamente durmiendo en ella. 

Mi cara de descontento, lo decía todo, yo no veía un animalito indefenso ahí, veía una máquina de ensuciar, de llorar, comer y cagar. ¿Y que vas a hacer con ese perro? Cuestioné de inmediato, pero como mi hijo ya era grande entendí que podía hacerse cargo. Un perro es una responsabilidad muy grande le dije, y alce al recién llegado para examinarlo. 

Mi seño se frunció cuando me conto que en teoría era un pit bull. Una raza cuestionada y de la que no se nada, pensé. Muchas historias se escuchaban sobre ataques y victimas que morían en sus fauces. Llegué a pensar que lo trajo porque le había dicho que yo no iba a cuidar un perro, desde el principio pensé que era una carga más para mis apretados horarios. Pero ahí estaba, lloriqueando y buscando donde mamar.

Contaba con apenas 30 días de vida y era una bola de pelos beige con la trompa negra. Pequeño y llorón. Aunque lo de pequeño es relativo. Tenía el tamaño del gato que ya acusaba un año y medio, Milo que desde un rincón lo miraba curioso. Era un perrito endiabladamente encantador. Gordo, alegre y pollerudo, diría hoy mi marido. 

Como lo destetaron antes de tiempo debí cuidarlo de la hiportermia, alimentarlo como a un bebé, levantarme en madrugadas de crudo invierno a las 5 de la mañana porque lloraba para hacerle de comer. Contrariamente a lo que pensé en un principio, me encariñé con la tarea y con él y no me costaba nada levantarme a preparar su Nestum antes del amanecer. 

Medio dormida lo alzaba y ponía manos a la obra, automáticamente él dejaba de llorar, me miraba y esperaba. Luego de comer y hacer su pipí, nos acostábamos un ratito más hasta que suene el despertador. Él dormía como un angelito sobre mi pecho, escuchando mi corazón. No solo durmió junto a mi corazón, él con su olorcito particular a milanesa, a bebé se instaló en mi corazón. A pesar de que resultó ser una máquina de ensuciar y de destrozar cosas. 

A tres meses de llegar a nuestras vidas debimos separarnos. Mi hija y yo nos mudamos al campo y mi hijo se quedó en Capital y el perro con él, si bien lo visitábamos todos los días, y lo sacábamos a pasear, con el tiempo (6 meses después) mi hijo se dio cuenta que un departamento no era lo mejor y me lo entregó. Le costó, pero optó por lo mejor para el perro. 

Cuando llegamos al nuevo hogar, tiraba de la correa tanto que parecía que me llevaba flameando, estaba emocionado, había tanto nuevo por conocer. Mucho verde, mucho espacio, tanto cielo por mirar, tantos pájaros y tantos perros sueltos!. Fue creciendo y en el camino hizo amigos y enemigos, se enamoró de una vagabunda y se batió en duelo con otros perros que andaban de paso. Siempre salió airoso de las batallas aunque un poco aporreado. La primera vez que se peleó, lo hizo con un mastín negro, curtido y campechano, uno que ya tenía claro el arte de la pelea, ese día se asustó, temblaba, y me mostraba la patita que le habían mordido. A pesar de su tamaño y de su enorme mandíbula, lo vi tan pequeño que lo acuné hasta que se durmió. Esa fue la excusa para dormir adentro y es el día de hoy que tiene su espacio, con colchón y los juguetes junto al sofá. 

Siempre fue hiperactivo, energía pura, una bola de 30 kilos de músculos corriendo, saltando empujando, pasando por donde no cabe pero cabe, siempre tratando de llamar la atención, siempre queriendo jugar, siempre aprendiendo, siempre observando cómo hacemos las cosas. Si fuera humano sería re inteligente, me dijo mi marido una vez. El único problema consiste en su brusquedad. Un montón de músculos descontrolados queriendo agarrar una pelota, o queriendo darte un beso o saludarte cuando venís de trabajar. Inevitablemente las consecuencias saltaron a la vista en poco tiempo al mirarme las piernas y los brazos todos lastimados. Luego aprendí que antes de entrar debo distraer su atención con algo, así que desde ese momento mi cartera se encuentra llena de juguetes y alimento para perros. Aprendí a hablar con una vos chistosa, como si fuera él, el que habla. Nunca me imaginé que llegaría a ponerme una galleta en la boca y agacharme para que el la agarre “suavecito” como aprendió a ser cuando le doy algo. 

Nunca me habían gustado los perros, nunca me llamaron la atención. Siempre fui de esa gente que ama los gatos, que tiene gatos, que duerme con gatos, que resalta las ventajas de tener un felino en la casa y que considera que los perros son una cadena que te ata. Pero con él, la historia resultó diferente. 

Ya tiene dos años y cuando me mira veo el cariño que me tiene, cuando me besa, siento la lealtad que me profesa. Sigue siendo bruto ya pesa más de 30 kg, pero son 30 kg de amor incondicional para conmigo y mi hija. Con Ariel no se lleva muy bien, dos machos bajo el mismo techo a la larga habrá un encontronazo. La primera vez que le gruño a mi pareja, nos asustamos mucho, luego entendimos que yo le daba un mensaje erróneo al acariciarlo, resulta que si gruñe a quien no debe hay que retarlo.
Mi pareja dice que está loco, yo creo que de pequeño sufrió mucho encerrado solo en el departamento mientras mi hijo trabajaba todo el día, si por mí hubiera sido, me lo llevaba cuando me mudé, pero no resultó así. 

Ahora no le gusta estar solo, salvo que esté en mi cama y el sol que por la ventana lo acune. Eso si que le gusta. En fin, donde yo estoy, él está. Siempre que puede se sienta muy cerca de mío “en posición de Anubis” dice mi marido. Me cuida.  Su puntería para sentarse sobre mi pié es certera, puntería que grita, esto es mío. 

- ¿Será feliz? –pregunté una vez a mi esposo, mientras lo contemplaba dormir.
- Si gorda, es un perro, ¿Cómo no va a ser feliz?
Para mi es más que un perro, a veces lo siento un ángel guardián. Muchas veces lo descubro mirándome en silencio y esos ojos color miel me dicen que nadie me amara como él lo hace en ese momento.

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