-
Si te sigo viendo me separo –le dijo Hugo, tajante-
mientras se terminaba de vestir.
Desde el otro lado de la cama —Yo no tengo nada que
ver con eso. - habría querido responderle. No estaba sorprendida, sabía que
tarde o temprano lo diría.
-
¿Y porque te separarías? – agregó queriendo parecer
desentendida del tema.
Él no contestó. Se sentó en una de las banquetas
altas de madera oscura que estaba al lado del bar mientras ellos lo miraba, haciendo puchero con la boca, como los niños
que están a punto de llorar.
-
Si te separas –continuó ella- tendría que ser por lo que
vos sientas o hayas dejado de sentir. Los terceros no contamos.
Se acercó a él y lo acarició.
-
Dale, contáme que te pasa. - Dijo con la misma dulzura de
siempre; Cada vez que ella usaba ese tono Hugo se sentía vulnerable.
Había tantas cosas que quería decirle, pero no
encontraba las palabras. Su tristeza era infinita.
-
Me gusta estar con vos. – agregó sumido en la
tristeza
-
Coincidimos en algo, nos gusta estar juntos, -dijo caminando
hacia él- el sexo es genial. A mí me encanta, espero que vos también. Pero …-movió
la cabeza de un lado a otro, como una balanza indesiza, calculando el peso de las
palabras que seguían -fuera de eso, no siento que podemos estar juntos, y estoy
segura que a vos te pasaría lo mismo al cabo de una semana.
-
¿Acaso no hablamos
todo el día? Cuando no estamos juntos yo te extraño – dijo Hugo
La conversación se dirigía en una dirección que ella
no quería tomar, era difícil. Sabía que alguna vez sucedería, y no quería
hacerlo.
-
¿No es suficiente? creí que eso quedó claro cuando
nos conocimos. ¿Te acordás? esto que pasa entre nosotros es para sentirnos
bien, si no nos sentimos bien, no sirve. - su voz era cada vez más suave - ¿Porque
te querés separar? Yo no te pido eso.
-
Es que ella tiene un carácter muy fuerte.
-
Yo también, pero no
por eso mi pareja quiere dejarme. - al contrario, esa era una de las cosas que
le gustaba de ella a su pareja, el carácter, el ser como era, su indomabilidad,
su libertad, era lo que le atraía, pero no pudo decírselo para no hacerlo
sentir peor. - ¿Discutieron otra vez?
-
Si, le pareció que yo guardaba preservativos en el bolso y
se armó lío, rompió el celular contra la pared y … bueno, lo de siempre, dormí
en el auto.
-
¿Y los guardabas?
-
No! – y sonrió triste – sos la única con la que estoy, mi
única amiga, con vos hablo … si, también hablo. No puedo despegar, sos lo único
que me queda. – esta frese salió clavándose directo en el corazón de su
destinataria.
-
No digas eso, estás triste y tus palabras también, no
digas que soy lo único que te queda, no es cierto, si lo fuera, estarías en
problemas. – dijo con una sonrisa hermanada con la tristeza de Hugo.
-
Si… no!... no sé – hubo un silencio triste, resignado y
otra vez hizo puchero como un niño.
-
Vos … ¿que querés? – lo miraba y sin moverse sentía que
todas las células de su cuerpo querían abrazarlo, protegerlo, lo vio tan
frágil, tan cansado, tan roto, que tuvo que disimular una lágrima.
-
¿Separarme?
-
¿Por mí? – abriendo aun más esos enormes ojos grises.
-
No – pero sus ojos, sus manos, su corazón gritaban que si.
-
Bueno. - dijo sin convencerse. Quería sentir alivio, sin
saber porque, pero no lo lograba, ella no quería cargar con esa culpa, aunque
sabía que en parte era responsable y se había confiado cuando él muy seguro de
si mismo le había asegurado “los sentimientos los vas manejando”- ciertamente no quiero ser un motivo para que
te separes, esto se esta yendo de las manos, la idea es disfrutar y no salir
lastimados, te estoy haciendo mal, capaz es mejor que por un tiempo no nos
veamos así se te pueden aclarar los sentimientos.
-
Tengo claro que me gusta estar con vos – agregó levantando
los ojos brillosos.
“yo también quisiera estar con vos el resto de mi
vida, pero el juego que jugamos no contempla esta posibilidad, una vez me
dijiste eso” pensó, pero no tuvo el valor de decirlo. Las palabras se le
atrincheraron en la garganta y una caricia se le escapó de las manos queriendo
calmar el daño que ya estaba hecho.
-
A mi también me gusta, mucho, pero no tengo nada más que
darte que unas pocas horas de sexo y mucha charla. O charla y mucho sexo, como
quieras… – bromeo con un guiño pícaro y una sonrisa forzada.
-
¿Que más puedo pedir? – sonrió - ¿Me extrañarías? - Y la
pregunta quedo haciendo piruetas en el aire.
Hacía casi un año que salían y todos los martes y
viernes por la mañana se veían, infaltables, deseosos, vivaces, felices, y
todos los días menos los fines de semana, el la llamaba para despertarla, charlar mientras llegaba al trabajo se había
convertido en una necesidad.
Por la tarde, el la llamaba y charlaban hasta llegar
a su casa, a veces el no aguantaba y le mandaba mails que ella esperaba y
respondía como si hiciera mucho tiempo que no se hablaban.
-
Claro, ya te tomé cariño – dijo mientras se terminaba de
acomodar la pollera que usaba para trabajar – ¿Querés mate?
-
Dale, no desayuné – dijo aceptando un beso suave que rozo
sus labios pero que le llegó al corazón.
No dejaba de mirarla, no podía entender como se había metido tanto en esa relación que no
lo llevaba a nada, pero que tan bien lo hacía sentir, con ella podía hablar de
cualquier cosa, y se sentía libre, estaba con ella porque quería estar, se
despertaba pensando en ella y era a la primera persona a la que quería ver.
Ninguno de los dos se levantaba tan temprano antes de
conocerse, pero desde que salían, madrugar era una delicia que se combinaba con
besos, sexo y charla. Recién eran las 7 de la mañana y el día recién empezaba; ambos
seguirían sus rutinas diarias, ambos seguirían con sus vidas.
Después del desayuno, una charla amena y unos cuantos
besos, se despidieron con un “en un rato hablamos”, sabiendo que no se
volverían a ver otra vez.
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