domingo, 4 de septiembre de 2016

Susto

¿Qué carajo estoy haciendo acá? Se reprochó y si bien no era la primera vez que se hacía esa pregunta, esta vez, la situación la alarmaba, la asustaba, estaba en jaque y se había metido ella sola en ese embrollo.
Sentada en el borde del fouton negro de un Depto de Villa Urquiza, aún tenía la empanada atragantada, no había podido pasarla, no porque estuvieran feas, sino porque estaba nerviosa. Cometió un error y no sabía como salir de eso.
Marcelo, Mariano, Martín, o como quiera que se llame era un tipo común al que le gustaba el tenis y estaba separado hacía dos años por lo cual que lo visite alguna chica no era extraño. Sin embargo esta vez con ésta en particular, se sentía nervioso.
Cuando terminaron de cenar y ya no había tema de conversación, levantó la mesa y se fue para la cocina y ella quedó sola en el living-comedor del diminuto departamento que le parecía a cada momento más pequeño y asfixiante.
Ella había determinado que no iría a la cama con ese hombre, no la atraía ni un poco, el problema era que estaba en su casa y que no lo conocía, en que cayó en la cuenta que no sabía quién era por haberlo contactado por internet. Ahora tenía que encontrar la manera para decir que no a una persona que no sabía cómo reaccionaría y comenzó a pensar en todas las posibilidades, al fin y al cabo, ella fue por su propia voluntad y vaya a saber que pensó este hombre. La lógica indica que piensa que ella va a acostarse con él, que para eso fue, pero la inocencia absurda de ella la hizo pensar erróneamente que los hombres entienden que no siempre que una mujer se encuentra con un hombre es para terminar en la cama. ¡Que ilusa! Se volvió a reprochar.
En la cocina con la puerta cerrada no se escuchaba ruido alguno, eso la tensionó aún más, no podía entender que ese hombre lave los platos sin hacer ni el más mínimo ruido. Mientras esperaba en el silencio de la habitación practicó mil veces decir “no” pero ninguno la convenció a ella, mucho menos convencería al hombre.
Sonó el teléfono, escuchó que el atendía en la otra habitación, lo escucho decir “Sí, ya está acá… dale… te mando un mensaje.” Su corazón se agitó, comenzó a transpirar casi a temblar, debía salir de ahí. Miró la puerta, no recordaba si estaba cerrada con llave.
Cuando él salió de la habitación se quedó parado en el umbral contemplándola. Sin decir palabra se acercó despacio haciendo rechinar el piso de pinotea y en el mismo momento en que se sentó junto a ella, invadiendo lo que consideraba su espacio personal. Un resorte pareció tocarla de repente y dijo que prefería irse porque estaba cansada.
Los ojos del hombre se clavaron en sus ojos con una expresión difícil de descifrar – no lo conocía-,  ella comenzó a imaginar una escena, comenzó a mirar que tenía a mano para agarrar de ser necesario, sintió que el cuerpo le temblaba compulsivamente y que comenzaba a faltarle el aire. 

El hombre se levantó despacio y le dijo, “bueno te acompaño a la parada del colectivo, es tarde para que andes sola por la calle. “

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